Los enormes desafíos globales y el notable endeudamiento de los estados para afrontarlos imponen una nueva forma de evaluar la eficacia y necesidad de las infraestructuras.
Como recordaba el Monitor Fiscal del Fondo Monetario Internacional en abril, la deuda pública rozó el 92% del PIB mundial a finales del año pasado, ocho puntos más que antes de la pandemia. Al mismo tiempo, advertía el FMI, “se espera que los déficits públicos lleguen hasta un 5% del PIB de media en 2023”.
La escalada de los tipos de interés está incrementando también los intereses sobre lo que deben los estados y tanto los funcionarios como los pensionistas exigen recuperar ahora el poder adquisitivo perdido por la inflación. Todos esos recursos deben salir de las arcas públicas en un contexto marcado por el enfriamiento económico, especialmente acusado en los países desarrollados, y por los desafíos de la nueva revolución tecnológica, las urgencias del cambio climático o la protección de colectivos vulnerables.
En estas circunstancias, los estados se ven obligados a seguir invirtiendo grandes cantidades de dinero en infraestructuras. Pero hacen falta, ante las estrecheces presupuestarias, nuevos criterios para valorar su necesidad y su eficacia, y el informe CIO Special de julio, elaborado por Deutsche Bank, identifica algunos de ellos.
Para empezar, advierte el documento, las infraestructuras ya no pueden seguir dividiéndose en económicas (sistemas de transporte, redes de comunicación, sistemas energéticos y otros servicios básicos de apoyo a la actividad económica) y sociales (educación, sanidad y vivienda).
Y eso significa que, a partir de ahora, debemos incluir categorías como las infraestructuras medioambientales (gestión de los recursos naturales y de los servicios ecosistémicos, por ejemplo mediante la transición ecológica) y las infraestructuras digitales (el marco tecnológico subyacente que respalda la comunicación digital y el tratamiento, almacenamiento e intercambio de datos).
Por otra parte, sostiene el CIO Special de julio, la inversión mundial en infraestructuras debe realizarse teniendo muy en cuenta no solo su coste sino también su:
- Resiliencia, por el mal estado y la antigüedad de muchas de las infraestructuras existentes y por la necesidad de estar preparados ante shocks como la pasada pandemia o la invasión de Ucrania.
- Sostenibilidad, porque las infraestructuras son el mayor contribuyente sectorial a las emisiones de gases de efecto invernadero y representarán la mayor parte de los costes mundiales para la adaptación al cambio climático.
- Innovación, pues son las soluciones innovadoras las que deben condicionar no solo la forma de producir energía, sino también la manera de suministrarla con fiabilidad.
- Inclusión, y aquí no se trata únicamente de considerar especialmente las prioridades de los colectivos vulnerables en las economías desarrolladas. Los países emergentes, con cientos de millones de personas en situaciones muy difíciles, reclaman mejores infraestructuras. El Global Investment Hub prevé que la mayor parte de la demanda de infraestructuras en el periodo 2016-2040 procederá de Asia y que las necesidades de África ronden los seis billones de dólares.
Deutsche Bank estima que, para mantener la demanda mundial prevista, la inversión global en infraestructuras antes de 2040 debería rondar los 97 billones de dólares, de los que los sectores de la electricidad y las carreteras se llevarán más de la mitad. Son unas cifras gigantescas que requieren hilar más fino en un contexto de creciente endeudamiento de los estados, introduciendo nuevas categorías de infraestructuras y evaluando su necesidad y su eficacia con cuatro nuevos indicadores como la resiliencia, la sostenibilidad, la innovación y la inclusión.
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