La conversación con Basilio Marquínez tuvo lugar el día en que su empresa comenzaba una nueva etapa de expansión. El empresario estaba relajado y satisfecho: unas horas antes, a las tres de la mañana, había firmado un contrato con dos grandes inversores que se unían a Seabery como accionistas minoritarios tras meses de negociaciones. Seabery, la empresa que ya era líder mundial en la utilización de realidad aumentada para entrenar habilidades industriales, se convertía así, finalmente, en una historia de éxito.
Esta historia comenzó en noviembre de 2009 en la ciudad de Huelva, en el sur de España. Marquínez se reunió para tomar un café con su amigo de la infancia, Antonio, y, echando la vista atrás, esa taza de café resultó ser un momento trascendental. El empresario acababa de vender sus empresas inmobiliarias y turísticas justo antes de que estallara la burbuja inmobiliaria. Durante la charla que mantuvieron, su amigo Antonio, ingeniero, le habló del oficio de la soldadura. Los soldadores reciben una formación tradicional y, sin duda, una nueva herramienta digital sería un éxito. Antonio le comentó que estaba buscando inversores para desarrollar una herramienta de ese tipo.
«Yo no tenía ninguna formación técnica» —admite el abogado empresarial. Pero le intrigaba la idea y empezó a investigar a fondo en varios países. Pronto comprobó que la formación de soldadores era ineficaz y requería mucho material. No obstante, los soldadores son esenciales en casi todos los sectores industriales, porque sus técnicas siguen siendo el método más eficaz para conectar piezas metálicas. Además, deben recibir formación continuada de desarrollo y seguimiento profesional.
Marquínez vio el potencial comercial de inmediato: «Le dije a Antonio que ya había encontrado a su inversor: yo». Marquínez despertó de su letargo a Seabery, la consultoría empresarial que había fundado tres años antes, y llevó su idea de negocio a los bancos. En febrero de 2010 consiguió el préstamo que había solicitado con su casa como garantía: «Así es como obtuve mi capital inicial. No fue fácil porque por entonces España estaba inmersa en una crisis».
Seabery, en calidad de inversor, y sus socios iniciaron una colaboración con una empresa estadounidense, pero el prototipo de simulador que desarrollaron no cumplía con las especificaciones. El punto de inflexión llegó a mediados de 2011. «Había gastado ya el capital inicial y solo tenía un prototipo inútil» —comenta Marquínez—, «y me enfrentaba a la próxima decisión: ¿rendirme o seguir adelante?».
Marquínez salió en busca de nuevos aliados, pero esta vez en Huelva, en lugar de en Estados Unidos. En la universidad conoció a dos estudiantes de informática e ingeniería, Paco y Jota, que le confirmaron: «Nos apuntamos». Entonces llegó el siguiente momento trascendental: en una cena de Navidad de 2011, Paco y Jota convencieron a Marquínez de que la realidad aumentada era ideal para fines de formación, por ejemplo para el sector de la soldadura. Marquínez decidió dar una segunda oportunidad a su idea de negocio: «Vi perfectamente claro lo que había que hacer».
Seabery había mutado en una start-up de realidad aumentada. «No me quedaba dinero. Así que reorganicé nuestra sala de estar y luego puse el laboratorio en casa». Durante seis meses trastearon y experimentaron en el campo de la realidad aumentada que, en ese momento, estaba todavía en pañales. Seabery quiso ir incluso un paso más allá: «La realidad virtual y la aumentada son bidimensionales. Pero nosotros queríamos tres dimensiones» —recuerda. Así que se pusieron a trabajar en el desarrollo de la simulación de realidad aumentada. «Suelo ser una persona modesta» —comenta Marquínez— «pero aquí puedo decir con razón que soy el padre de la simulación de la realidad aumentada».
En 2012, el equipo patentó Soldamatic, la clave de su éxito: una interfaz multisensorial que incluye la vista, el oído y el tacto a través de un software de alta precisión y piezas tridimensionales que se corresponden exactamente con aquellas con las que el alumno tendrá que trabajar. Los alumnos no ven la pieza de plástico en 3D, sino lo que necesitan para practicar como si fuera real. Soldamatic es la única máquina de soldar que puede acoplarse a brazos robóticos con fines de formación. De esta forma, ayuda a los futuros soldadores a adquirir las habilidades que necesitan para certificarse de forma rápida y limpia, sin un consumo innecesario de energía, gas y metal.
La internacionalización fue el siguiente ingrediente en el éxito de Seabery. «Acudimos a todas las ferias del mundo y buscamos socios comerciales» —declara Marquínez. «Fue mucho más fácil de lo que imaginábamos, porque la demanda era enorme». Su primo, Pedro Marquínez, ahora consejero delegado de Seabery, era directivo en Estados Unidos y quedó plenamente convencido del modelo de negocio que le presentaron en ocasión de la feria comercial de Santa Clara en 2013. De hecho, su incorporación garantizó el crecimiento en Estados Unidos.
«En realidad no tenía miedo a fracasar» —comenta hoy Basilio Marquínez. «Creamos un nicho de mercado que todo el mundo estaba esperando y que es útil para la profesión en sí. Lo bueno es que estamos convirtiendo un oficio asociado a las chispas, el calor y el sudor en algo fresco. A los alumnos les encantan nuestras herramientas, que son como los videojuegos». Todos salen beneficiados: tanto los alumnos como las empresas, que ahorran tiempo y dinero. Además, los soldadores están mejor formados y las asociaciones profesionales, a su vez, cuentan con una buena herramienta para la certificación continua.
La empresa emplea actualmente a unos 100 trabajadores en todo el mundo. «No me había dado cuenta de lo mucho que habíamos crecido hasta que me crucé con un empleado cuyo nombre no conocía. Luego, ese mismo día, conocí a un empleado al que no había visto antes, y por fin quedó claro que ya no éramos una pequeña start-up».
El empresario no ve clara la protección de sus invenciones, ya que una patente por sí sola no protege realmente contra los imitadores. «Así que debemos ir siempre un paso por delante de la competencia, y no podemos dejar de innovar» —afirma Marquínez. «Esa es la mejor manera de protegernos». Así que el crecimiento es un hecho. «Y nuestro objetivo es abrirnos paso en otros sectores» —anuncia. «Estamos en plena revolución 4.0, y algunos están incluso hablando de la revolución 5.0 —ese es el futuro». Y Seabery estará encantada de ayudar a dar forma a ese futuro.
Sobre Basilio Marquínez
La empresa, fundada en Huelva por el abogado empresarial, ha revolucionado la formación de los soldadores. Gracias a la invención de la empresa, Soldamatic, más de 90.000 personas de 80 países han completado su formación y educación permanente mediante la realidad aumentada, de forma digital y respetuosa con el medioambiente. Entre los cliente de Seabery se encuentran Alstom, Audi, Mercedes, John Deere y Siemens. En solo unos años, lo que empezó con dos estudiantes se ha transformado en una empresa con más de 100 empleados, así que ahora Marquínez rara vez tiene tiempo para su pasión, navegar. El español de 48 años está casado y tiene un hijo.
Texto: Barbara Schwarzwälder; Fotografía: Nacho Hernández.
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